Sólo me viene la palabra "Amor"

Mi experiencia conociendo a Antonio García Villarán

Eran las 7:00 am y estaba sentada en el asiento 13B del tren que me llevaba a Sevilla. A mi lado había un señor durmiendo y a medida que iba acercándome a mi destino, el Sol iba elevándose en el cielo. Metáfora quizá de lo que iba a suponer este viaje para mi.

Sonaba Loreena McKennitt en mi iphone y sentí que tenía que dibujar algo.

Hacía tiempo que no dibujaba en trayectos y recordaba aquellos momentos en los que las líneas fluían solas. Así que dibujé un cuerpo de mujer, como hacía antes, retorcido, deforme, donde su silueta fluyera como una serpiente que se desliza por el agua. Y línea tras línea, iba liberando parte de mi, construyendo no sólo el dibujo, si no también una nueva etapa en mi creación de la que aún no era consciente.

En este viaje, iba a conocer en persona a mis compañeros de mentoría Carmen, Guadalupe, Loperakun, María y Ortubia. Y por supuesto, a nuestro mentor Antonio García Villarán.

Sinceramente no sabía bien qué me iba a encontrar. Ni con mis compañeros, ni con él.

Al final, las conversaciones con Antonio durante las mentorías eran grabadas y la gente al fin y al cabo, no termina de mostrarse 100% real, aunque nuestras preocupaciones y alegrías si lo fueran.

Cuando conocí a mis compañeros, con todos ellos tuve la sensación como si fueran amigos de toda la vida. Los típicos que hace tiempo que no ves, pero que cuando los ves sientes como si no hubiera pasado el tiempo. La historia era que nunca nos habíamos visto. Pero todo fluía bien, en armonía, con unas vibras buenísimas. De verdad me sentía con ellos como hacía tiempo no me sentía con nadie.

Y quizá, pese a que ahora me vuelva intensa y esto suponga un giro de guión, podría hablaros del Amor. De esa energía tan poderosa y que nos mueve a todos por dentro.

Y es que en ese día en el que todos nos juntamos, hubo mucho amor. Amor incondicional, que no juzga, del que sólo se pueden recibir sensaciones buenas. Y pensar que eso sólo iba a durar unas horas, en cierta forma me resultaba un poco amargo.

Así que me olvidé del móvil y sólo me dediqué a sentir… pero eso fue ya cuando llegamos al nuevo estudio de Antonio, donde pasaríamos el resto del día.

Primero fuimos al estudio de su casa, donde graba y tiene su trono. Estuvimos admirando sus obras en directo y viendo la grandísima producción que tiene. Era abrir un cajón y ver mucha obra junta a papel. Miraras donde miraras, había arte. Y nada que ver con las fotografías que se ven por internet. Sus obras hay que apreciarlas en vivo y acercarse para ver bien esos volúmenes que genera con la pintura. Alucinantes. Pero si he de ser sincera, son sólo la décima parte de lo que Antonio es realmente como persona.

Cuando llegamos a su nuevo estudio, elogios aparte, porque no quiero que esto se quede como un peloteo hacia él, empezó la magia. Y empezó en cuanto apagamos las cámaras. O sea todo lo que se ve en vídeo es natural, sincero, muy bonito, lo que queráis. Pero la verdadera experiencia, para mí, empezó justo después.

Yo estaba ya con los gatetes, pese a que uno de ellos al que yo llamé Cartuchito 2.0 (porque también era negro) me dejó un tatuaje de amor al intentar cogerlo en brazos, cuando sonó el timbre. Se abrieron las puertas y entró un hombre dispuesto a capturar artistas con un atrapamariposas gigante. Era Paco Valera. Y creo que su entrada épica ya le describe a la perfección. Paco es de esas personas que necesitas tener en tu vida para recordarte lo que verdaderamente importa. Es intensidad, alegría y pureza.

Empezamos a colocar las mesas en el patio, a la sombra. Increíblemente hacía una temperatura ideal, no como esos 37º que sufrimos haciendo turismo el día anterior, donde todos los caminos nos llevaban al Corte Inglés de Sevilla.

Pronto ambas mesas quedaron llenas de comida hecha por la madre de Antonio. Yo no sé cuántas horas estuvo esa mujer en la cocina, pero si eso no es amor, nada lo es. Aparte de que estaba todo buenísimo. Y me dio pena no haber comido más, pero tenía el estómago cerrado con tantas emociones.
Empezamos a hablar de todo. Una panda de desconocidos compartiendo vivencias, anécdotas, risas y mucho arte.
El calor quería hacerse presente en cada una de las conversaciones, así que trasladamos la reunión a dentro.

No es conocer a alguien a quien admiras, a tus compañeros o personas bonitas, eso es sólo la capa superficial. Todos sabemos ser simpáticos y pasárnoslo bien.

Es llegar al hogar de alguien, a su círculo más íntimo, compartir a su amigo, su intimidad, la comida de su madre… y que sea capaz de tocar ese punto dentro de ti que te haga abrir emocionalmente algo que tenías totalmente bloqueado.

Por eso el domingo no escribí nada. Por eso necesitaba reflexionar. Porque para mi no ha sido una experiencia de grupi conociendo a su ídolo. Os recuerdo que iba un poco sin saber a quién iba a conocer realmente. Ha sido conocer a una persona que ha compartido su intimidad conmigo -no penséis mal- y me ha cambiado. Y no sé hasta que punto él es consciente de esto.

Y por eso ese dibujo, donde ambos trazos se entremezclan, va a ir directo a mi estudio en cuanto lo tenga terminado, para recordarme su lección y ese momento. Y es que a partir de aquí, de ahora, cada obra que pinte, de alguna forma llevará parte de él también. Porque a fin de cuentas, somos nuestras experiencias y seguramente si no hubiera tenido ese click, por lo que me dijo y por su lección en directo, mi arte seguiría bloqueado.

Así que no tengo palabras de agradecimiento suficientes, tanto para él, como para su equipo, su madre, su amigo Paco y mis compañeros de mentoría.

Este viaje ha supuesto un claro antes y después. Y espero que sea el inicio de un gran camino que aunque en solitario, también recorreremos juntos.

Y no sé en qué momento, Antonio cogió un lápiz y empezó a dibujar.

Yo estaba sentada justo en frente. Y me dice: “Mira eh” Y esas líneas aleatorias empezaron a cobrar vida sugiriendo un gato.

“Qué cabrón”, pensé.

El caso es que ese momento dio pie a que todos y cada uno de nosotros empezáramos a pintar el mantel. Ahí se desató por completo todo.

Es que no sabría explicaros bien las sensaciones.
Sólo me viene la palabra 'amor' a la cabeza.

Y de repente, entre líneas, anécdotas y vino blanco, Antonio cogió uno de mis dibujos inacabados que hice de camino, en el tren.

El primero me lo compró Irene, bajo mi asombro. Es éste de aquí al que he llamado “viaje corporal”, pero es verdad que se lleva una obra que representa este viaje y el día en el que ambas nos conocimos también. Por lo cual es una obra que tiene mucho sentimiento y fuerza y me alegro que la tenga ella, la verdad. O sea puestos a que tenga una obra mía, tenía que ser esa. Porque no hay nada más fuerte que las conexiones que se trazan a través de momentos efímeros pero claves, en la vida de cada persona. Y para mí conocerla, aunque fue breve, también fue todo un regalo. Así que no sólo tiene una obra, si no también un momento que espero recuerde cada vez que la vea.

(Ya dije que me iba a poner intensa)

Enlazando con esto, os podéis imaginar lo que supuso ver a Antonio coger el otro dibujo que hice en el tren, inacabado, y que empezara a darle toques de color con acuarela, terminándolo con más trazos de rotulador.

Tuve que contener las lágrimas viendo esa clase magistral y cómo rompía ese perfeccionismo en el que me quedo atrapada, a veces hasta bloqueada, haciendo que todo se expandiera y ganara una fuerza que no sé ni cómo expresarla.

Y en ese momento, justo en ese momento exacto, algo en mi interior hizo click.

Entonces, ¿cómo no os voy a hablar de amor en el más amplio espectro?