No puedo vivir sin café

...Ni sin manchar papeles

Ya en otras entradas os he hablado de la influencia de la mancha en mi proceso creativo.
Hoy quiero detenerme en una que me acompaña desde hace años: el café.

Para mí, una mañana sin café puede tornarse triste… muy triste.
Soy de esas personas que necesitan ese pequeño amargor para que el día empiece a funcionar.
Y esto me viene desde la facultad.

Si no era la primera, era la segunda en entrar cada mañana a la cafetería. Nos gustaba llegar pronto, desayunar con calma, comentar ejercicios, y por qué no… bocetar en nuestros cuadernos, papeles o servilletas, mientras sonaban las tazas.

Entre tostadas con aceite y sal, nació mi relación con el café. Y no solo como ritual de la mañana, si no también, como herramienta creativa.

Hoy en día, es fácil encontrar técnicas en redes. Pero entonces, Instagram apenas gateaba y si no usabas el filtro Valencia, no eras nadie.
Así que cuando descubrí que podía pintar con café, se abrió una puerta en mi proceso creativo.
Una mancha tras otra, entre risas, ejercicios y búsquedas compartidas, empecé a experimentar y a encontrar un estilo que encajaba con lo que terminaría haciendo.

Uno de los ejercicios estrella era dibujar sobre papeles previamente manchados. El papel gris de estraza era el soporte perfecto—sí, ese donde antes envolvían boquerones en la pescadería—. Pero un día, me tocó uno blanco, más fino. No me gustaba. Y como no me gustaba, lo maltraté sin miramientos… lo liberé.

Si eres artista, sabes de lo que hablo: esos cuadernos que no usas porque “da pena” estropearlos. Pero cuando sueltas el apego, aparece la magia.
Yo manché ese papel con el desayuno, lo empapé con servilletas mojadas en café, le eché tinta china aguada... y el papel respondió. Se arrugó, se tensó. Y en esas tensiones vi la oportunidad de crear.

Entre todo lo que probé sobre el papel, el café reinó.
Sabéis que me encanta pintar cuerpos. Y el café sobre blanco da ese tono piel perfecto que, con negro, forma un trío cromático casi sagrado.
La acuarela natural por excelencia.

Así que dentro de mi obra artística, no es raro que el café se haya convertido en protagonista de algunas de mis obras sobre papel.

Y hoy quería contaros esto porque he subido a la web una serie muy especial, pintada en 2017, con café como base.
Sí, lo sé, han pasado 8 años. Pero con la mudanza del estudio reaparecieron estas obras que no sabía ni donde estaban...

Y es que ese año, se me propuso hacer una exposición individual en tiempo récord —en el pasillo de la Biblioteca Eugenio Trías de El Retiro—, lo que me obligó a crear sin filtros.
Rescaté papeles olvidados en rincones de mi cuarto, hubo noches de trasnochar y por supuesto... café. Mucho café.

Así que recordando aquellos tiempos de facultad, empecé a pintar con manchas de café sobre papeles, creo que de arroz, figuras femeninas y, cuando se secaron, tracé las líneas de los cuerpos. El papel, al arrugarse, generó líneas de tensión, sombras, volúmenes… como si el propio dibujo luchara por existir. Como si gritara: “Estoy aquí”.

Y ese mensaje de existir, de tomar espacio, de dar visibilidad, está en el alma de estas piezas.
No buscaba un discurso feminista ni body positive, sino hablar del cuerpo femenino, su vínculo con las fases lunares, con la ritualidad de la sangre, con la dualidad vida-muerte que habita en la menstruación... que por cierto, sigue siendo un poco un tema aún tabú.

Pero no quiero extenderme más.
De eso ya os hablaré cuando os cuente cómo nació Voluptos, la exposición y todo este concepto del que os hablo.
Por ahora, solo quería daros contexto… para que, si os apetece, dejéis que estas obras os hablen a su manera.

Son las únicas piezas de esa serie pintadas con café.
Y ya están disponibles en la web.
Espero que os gusten tanto como a mí.