La pescadilla que se muerde la cola

Mi experiencia con galerías de arte | Parte 3

Nos toman por tontos.

O por lo menos, yo me siento así como artista emergente... emergente de todo este mundillo que me ha tomado el pelo. 
En los post anteriores os hablaba de la llamada que tuve y del síndrome del impostor que se ha ido gestando a causa de no entender por qué mi arte no se vendía si gustaba tanto en las galerías de arte.

Bueno, parece que he encontrado el meollo del asunto:
Las galerías de arte al final, son como ese amigo que siempre dice que te ayudará a mudarte y luego desaparece el día clave.
Te venden la ilusión de que tu arte se va a vender si expones con ellos, porque tienen mucha afluencia de gente, pero ellos no van a vender tu arte. Si alguien pasa por allí y les gusta tu obra, se vende, pero no la venden. Que es un matiz ligero, pero bastante importante.

Curiosamente, mi arte parece ser el imán de "interesados" fantasma. "Hay alguien que se ha enamorado de tu cuadro", me dicen. Y yo, como quien espera un mensaje de texto después de una primera cita genial, me quedo esperando esa llamada que nunca llega.

Esta situación me recuerda a mis días en agencias de modelos, donde las promesas de castings eran tan frecuentes como las desilusiones. "Te han propuesto para un casting", pero luego, oh sorpresa, no fuiste seleccionado. Y ahí estás, preguntándote si alguna vez hubo un casting o si tu agencia está jugando al Sims contigo.

La mejor, sin duda, fue cuando me dijeron que una pareja había decidido comprar uno de mis cuadros. Imagina mi ansiedad esperando esa venta. Al final, la galería se encogió de hombros diciendo que no volvieron. ¿En serio? ¿No se les ocurrió tomar un contacto, un nombre, un algo?

Pero aquí viene el giro inesperado de esta película: voy a un mercado de arte que apenas atrae a cuatro gatos (literalmente, por ser pocos y madrileños) y vendo. Hablo con una mujer interesada en mi obra y, contra todo pronóstico, vendo. Promociono mis cuadros en redes sociales y, ¿adivináis qué? Efectivamente: vendo.

Entonces, ¿qué está pasando aquí?

Nos toman por tontos. Y, en parte, caemos como novatos en su primer día de clase. La emoción de ver nuestra obra colgada en una pared nos ciega hasta el punto de abrir la cartera y decir "tomen mi dinero" solo por el placer de decir que somos artistas que exponemos.

Es la pescadilla que se muerde la cola. Buscamos validación en exposiciones para combatir nuestro síndrome del impostor, olvidando que esas mismas exposiciones alimentan nuestras dudas, ya que no vendemos y nos hacen pensar que nuestro arte es malo. Nos hacen creer que exponer es sinónimo de valor artístico, cuando, en realidad, el verdadero valor está en conectar directamente con aquellos que aprecian nuestro arte, ya sea en mercados, a través de redes sociales o en encuentros más personales.

Así que aquí estoy, compartiendo mis peripecias no para lamentarme, sino para reírme un poco de esta locura y, quién sabe, quizás inspirarte a que tú también encuentres tu camino fuera del laberinto de las galerías.

Como ya es habitual, siempre os enlazo uno de mis cuadros que de alguna forma es una alegoría con la historia que os comparto. 
En este caso, la expresión del cuadro me identifica, y el título podría ser la metáfora perfecta.